sábado, 19 de septiembre de 2015

Fábula del Rey Mierdas

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en algún lugar, hubo un rey llamado Mierdas, gran aficionado a las artes, en cuyo reino florecían la música, la poesía, el teatro y vivían felices los danzantes y los pintores. No había arte que Mierdas no apreciara, ni espectáculo que no favoreciera con su presencia y su mecenazgo. Su reino se hizo tan famoso que acudían a él viajeros de todo el mundo para deleitarse con sus comedias, melodías y monumentos, convirtiéndose así el reino de Mierdas en una próspera potencia del arte. 

Sin embargo, cada día que pasaba, una frustración corroía el corazón febril del Rey Mierdas: él, que tan poderoso y rico era, él que tanto admiraba a actores y autores, ¿por qué no tenía talento para crear fábulas, melodías o pinturas? Llegó el día en que la frustración del Rey Mierdas se transformó en envidia y de aquel rencor por lo que nunca tuv,o nació su determinación de viajar al monte Helicón, raptar a las Musas y obligarlas a dotarle de todos los dones de la inspiración. 


El Rey Mierdas llegó al valle de las Musas con su ejército y capturó a las bellas diosas que, desprevenidas, se bañaban en el río, indefensas. Cuando le preguntaron qué quería de ellas y qué tenían que hacer para que les devolviera la libertad, Mierdas exclamó:

–¡Quiero ser actor, escritor, autor, payaso, músico, cantante, poeta, director, pintor, artista!

Las Musas le concedieron lo que pedía y escaparon corriendo rápidamente: su mediocridad y su ambición eran tan excesivas como insultantes para seres elevados como ellas. En la ladera del monte Helicón se reunieron, con el aliento entrecortado por la huida. En cuanto recobraron la respiración, rompieron a reír al darse cuenta de que, sin pensarlo, le habían hecho un regalo envenenado al Rey Mierdas. 


Mientras tanto, éste, ufano y henchido de gozo, volvió a su reino y, uno por uno, visitó todos los ensayos teatrales y en todas las obras se otorgó el papel de actor principal y director. Fue también a todos los estudios de los pintores y en todos los cuadros participó arruinándolos con sus toscos brochazos. Prohibió que se cantara en público como no fuera él la voz cantante y los demás, si los hubiera, coristas. Hizo llevar a palacio todos los libros y en ellos intervino añadiendo personajes, sucesos y frases de su propia cosecha, obligando a enmendarlos (por no decir enmierdarlos) en todos sus ejemplares. 

Sus súbditos, obligados por su condición, festejaban las interpretaciones histriónicas, ocurrencias sonrojantes y chillidos porcinos, pero los extranjeros, invariablemente y sin excepción, se horrorizaban donde antes se deleitaran, ya que todo lo que el Rey Mierdas tocaba con sus dedos de artista diletante y advenedizo se convertía en excrementos, engendros, abortos, aburrimientos y fracasos. Los aficionados extranjeros huyeron en desbandada y los súbditos prefirieron enrolarse en galeras, penetrar en minas o arrancarse ojos y oídos y vagar errantes por los caminos antes que presenciar las mamarrachadas garabateadas, protagonizadas, escritas y dirigidas por Mierdas. 


Un día, indignado, abandonado por el público y humillado, el Rey Mierdas apareció por sorpresa en el monte de las Musas y les espetó: 

- ¿Por qué me engañasteis?

Ellas, muy tranquilas, le contestaron que había pedido ser actor, escritor y un montón de cosas más y así se lo habían concedido. Pero, dado que él no había nacido con talento ni se había esforzado por aprender las técnicas del arte, sino que solamente había aprovechado su condición de poderoso para infiltrarse en las actividades de los artistas, había conseguido exactamente lo que se proponía: ser artista, sí, pero tan mediocre como se podía esperar, pues le faltaban el trabajo, el esfuerzo, la constancia y la humildad necesarias para poder convertirse en un buen creador. 


La ira del Rey Mierdas estalló con tal furia que, de no haber escapado de nuevo, las Musas habrían sucumbido ante aquella fiera de alma mediocre pero muy dañinas intenciones. Afortunadamente para las artes, las Musas sobrevivieron pero, desafortunadamente para sus súbditos, el Rey Mierdas volvió a su reino e, incapaz de aprender nada ni de superar su orgullo, se obcecó y continuó actuando, cantando, escribiendo, pintando hasta el fin de sus días, siempre invadiendo el trabajo de los verdaderos artistas y, sin excepción alguna, abusando de su poder, convirtiendo todo lo que tocaba en un insoportable aborto artístico. 


De ahí que sus obras adoptaran el nombre de mierdas y por extensión acabaran denominando a los excrementos humanos, como si de tal materia toda la mente y el cuerpo del Rey Mierdas estuvieran hechos. Y así será recordado su nombre por los siglos venideros. 



No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Entradas populares