El extraño entierro de la señora Usher
o
Principio y final de un cuento a la manera de Poe
Sé que quienquiera que lea estas páginas que ahora escribo con pulso tembloroso me tomará por loco. No negaré que he sufrido durante toda mi vida los efectos de una lamentable excitabilidad nerviosa, agudizada por una sensibilidad desmedida hacia los sonidos… pero les juro que lo oí, ¡oí esos gemidos atravesando las paredes del sepulcro, y su respiración, el suave y adormecido aliento imposible de su cadáver! Pero comenzaré por el principio, por el día en que vi por vez primera a la lánguida y bellísima señora Usher, asomada en el quicio del mausoleo familiar, como una premonición de su aciago destino, apoyando en las columnas jónicas sus manos preciosas y pálidas como ángeles de muerte.
(…)
Y cuando por fin conseguimos abrir la pesada puerta de bronce, haciendo chirriar sus goznes como una bandada de cuervos ávidos de carne muerta, la vimos ahí, de pie, esperándonos, su boca descarnada torcida en una mueca que quería imitar una sonrisa, su marchita piel envuelta en el sudario ensangrentado, y sus brazos abiertos para recibirnos, sólo que en sus extremos no estaban sus preciosas manos, sino un par de muñones ensangrentados que asomaban por las amplias mangas hechas jirones. A punto de perder el juicio, tuve que apartar la vista de aquel cadáver viviente y entonces las vi, desgarradas de su cuerpo, agarradas a los barrotes del ventanuco: sus manos, las muertas manos de la señora Usher.
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